Ingenieros por el mundo Entrevista a Marcela Moreno

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Marcela Moreno (43) es una ingeniera UC de la generación 2005, que en los últimos 5 años ha desempeñado jefaturas en diferentes países de Latinoamérica, adquiriendo valiosas experiencias sobre trabajo, desarrollo de proyectos y liderazgo en nuestra región.

Por Felipe Jure

¿De dónde eres?

Soy chilena, criada en Santiago, pero nací en Ecuador y viví allá hasta los 5 años, que fue cuando me vine con mi familia a Chile, que es de donde son mis papás.

Y en Chile tuve una infancia muy feliz, rodeada de una familia en la que somos súper aclanados.

Yo estudié en el colegio Villa María, que es de puras mujeres y es un poco burbuja. Una burbuja que yo agradezco, porque me permitió tener una infancia muy bonita, pero que cuando entré a la UC, generó un impacto porque me encontré con un espacio más diverso del que yo conocía y me abrió la mente. Eso me ayudó un montón.

¿Por qué estudiaste ingeniería?

Primero, porque me gustaba. Desde chica siempre me gustaron las matemáticas. Ciento por ciento. Y sabía que quería ser ingeniera, pero no sabía de qué. Me gustaba mucho la programación, por ejemplo. También me gustó la tecnología. Tú me pasas un software y en un minuto te descubro lo que hay que hacer y dónde para que haga lo que quiero.

Yo iba a la universidad con mi hermana, que estudiaba agronomía, y en ese sentido tenía un apoyo dentro de la U. Nos íbamos juntas en auto, a veces almorzábamos juntas, estudiábamos en la biblioteca, nos organizábamos en turnos para que pudiéramos volver juntas a pesar de las diferencias de horarios.

Y bueno, llegué a bachillerato y en la Universidad, donde lo pasé súper bien. Luego, en el Departamento de Ingeniería Química, que es donde hice mi especialidad, también me gustó mucho y aprendí cosas que en realidad nunca más hice, pero que me dieron una estructura mental que me ayudó a enfrentar mejor los trabajos. Es esto que dicen, que la mayor parte de la solución es entender el problema. Y para entender el problema tienes que ir desgajando en sus partes. Pero yo hacía cosas nada que ver con lo que hago hoy. Deshidratación de manzanas, destilación de vinos…

¿Por qué elegiste esa especialidad?

A mí me gustaba la tecnología. Por eso, podía ser informática, por el lado de programar, o química (que le llamamos de procesos) por el lado de descomponer las cosas. Pero cuando me tocó elegir la especialidad en la universidad, descubrí que los de computación iban a tener que seguir estudiando toda la vida. Y a mí no me gusta estudiar. Lo hago porque es necesario. Entonces elegí ser de procesos, porque me entretiene y me permite llevarlo a las cosas que me gustan, como la tecnología.

¿Cómo fueron tus primeros años laborales?

Yo empecé trabajando en una empresa familiar que se dedica al tema de los insumos médicos. Y ahí veía el área operacional, porque me encanta todo lo que es flujos, resolver problemas y ese tipo de cosas.

Como era la empresa de mi familia, pensé que tenía que salir y aprender afuera cómo es mejor hacer las cosas, y no solo como me gustaba hacerlo a mí. Así que me cambié y entré a trabajar en la bolsa. No me gustó. Lo odié. Este ambiente ultra competitivo, donde la gente solo quería ganar plata, me quedó claro que no era para mí.

De ahí me fui a una empresa que se dedicaba a hacer todo el merchandising de regalos y productos corporativos. Ahí estuve un año y medio, gestionando con los proveedores, y de operaciones, coordinando venta, bodegas y despachos.

Luego de eso, me cambié y comencé en Loreal, viendo todos los flujos internos del centro de distribución. Tuve proyectos que fueron bien innovadores en su minuto, preparando todos los productos que manejamos, ampliando la bodega, etc. Yo me entretenía mucho, pero el único tema es que quedaba en San Bernardo, y me quedaba muy lejos. De hecho, me fui por eso, principalmente.

Llegué a un emprendimiento de startup y de e-commerce, como tres años, me entretuve mucho, pero al final terminé por tocar el techo, un poco. Me gustaba mucho el tema de pequeñas y medianas empresas y así conocí AVLA, que es una empresa de seguros y pólizas para empresas y Pymes.

¿Seguiste en emprendimiento?

No. Yo partí en la parte de cobranzas y siniestros, que es donde llegan todos los problemas de los flujos anteriores. Todos. Y yo hacía mi trabajo, que no era el que más me gustaba, pero fui aprendiendo muy bien el negocio. Y en ese sentido, la ingeniería me dio herramientas mentales. Porque yo miraba todo y veía cajitas y flujos. Y podía detectar rápido cuáles eran los problemas y dónde estaban sus orígenes. Así fui aprendiendo.

En AVLA ayudamos a medianas y pequeñas empresas, que si ganan una licitación con el Estado o un privado, tienen que acreditar una boleta de garantía. Esto para que, en caso de que la empresa no cumpla con lo establecido en el contrato, el banco o la aseguradora se compromete a que va a responder en su lugar. Y cómo llegué a este mundo por la parte donde llegaban todos los problemas, fui aprendiendo de esos problemas. Desde que si no tienes actualizada una base de datos, le cobras a clientes que ya pagaron o que no tienen que pagar, hasta errores de sistema.

¿Y cómo pasó que te fuiste a vivir afuera?

Bueno, mientras trabajaba en Santiago, se abrió un cupo en Perú para tomar lo que es operaciones y TI. La persona que se iba todavía estaba, y me ofrecieron ir a Lima para aprender de él y reemplazarlo cuando ya se fuera.

Dije que sí, siempre que tuviera un viaje ida y vuelta entre Lima y Santiago al mes.

Aceptaron, hice mis maletas y me fui a Lima. Allá tuve que ir aprendiendo cosas, porque aunque Chile y Perú están cerca, son países muy diferentes.

El empezar en otro lugar no me costó tanto. Pero el irme de donde tenía a mi familia sí me costó. Somos una familia súper unida, regalona, tengo 4 hermanos, 14 sobrinos, mi abuela que falleció, mis papás… y yo me iba a vivir afuera, por primera vez, sola.

Pero Lima está cerca, si necesitaban algo podía viajar. Entonces algunos viernes me venía, el fin de semana los veía, y volvía para estar el lunes de nuevo en Perú. Fue difícil al principio, pero de a poco lo fui manejando y enfrentando este desafío.

¿Qué te costó al principio?

Así como en general, Los modismos. Por ejemplo, cuando algo me importaba poco o nada, decía «me importa un huevo». Pero allá, un huevo es sinónimo de mucha cantidad. Entonces cuando decía «me importa un huevo» se entendía todo lo contrario a la intención que yo tenía. Cosas así. Mi español se volvió más neutro, más correcto.

Luego, en lo laboral, tuve que eliminar costumbres que tenía súper arraigadas. Aprendí mucho porque me tocaba ver cuatro áreas. Desarrolladores, soporte (asistencia computacional), datos (bases de datos) y operaciones.

Y lo más diferente a lo que venía haciendo fue operaciones.

Mejora en los sistemas siempre hay, y el desafío es transmitirles a los desarrolladores lo que necesitas del negocio, pero al lenguaje de programación que utilizan. Luego soporte, que me saco el sombrero por la paciencia que tenían, y datos donde los cierres de las bases que se analizan no cambian tanto de país a país.

Pero las operaciones variaban mucho de Chile a Perú, o a otro país. Depende mucho de la normativa y de la forma en que se hacen las cosas en cada país. Ahí aprendí que para que en un negocio te vaya bien, necesitas conocer las reglas del juego, por decirlo así. El cómo se hacen las cosas. Y eso te lo da vivir en el país, o tener a alguien del país.

Por ejemplo, si en Chile una póliza se podía sacar solo con la firma digital, en Perú no la aceptaban. Tenía que ir con la firma a mano. Pero me gustaba todo. Por ejemplo, yo, que no soy programadora, igual aprendí a manejar bases de datos y entender analytics.

Ahí estuve dos años. Y creo que me ayudó a sacar más mi personalidad. Antes no siempre compartía mis opiniones, o decía lo que pensaba. Y descubrí que eso no solo es necesario, sino que muchas veces se valora.

 

De Chile a Perú, y de Perú a México. ¿Cómo fue ese salto?

Ah, es que el siguiente proyecto de mi empresa fue seguir expandiéndose a otros lados del continente. Y uno de esos lados fue México. Como yo ya tenía la experiencia de dos países (Chile y Perú), confiaban en que podía encontrar la fórmula para adaptar nuestro sistema a la realidad de allá, que es muy diferente a lo que conocía.

Llegué a México cuando la oficina aún no se abría. Allá antes de abrir una empresa tienes que acreditar muchas cosas, porque hay una regulación muy dura para evitar el lavado de dinero.

 ¿Esto cuándo fue?

Fines del 2019, principios del 2020.

 ¿Ah, pero entonces te tocó la pandemia viajando?

 Más o menos. Yo tenía pasajes a Santiago para un jueves y un lunes cerraron la frontera en Perú. Así que tuve que venir antes, para no quedarme encerrada en Perú, con las cosas embaladas en el departamento arrendado, y llegué a Chile. Y en Chile me tuve que quedar aquí durante los primeros 5 meses de la pandemia.

 ¿Trabajando para México?

 Sí. Teletrabajando para México. De hecho, todo eso hizo que se nos extendiera más el proceso para abrir oficinas allá.

¿Cómo fue la experiencia de sacar una empresa sin estar allá?

Bueno, fue algo nuevo. Primero, con la pandemia en México, todo lo público dejó de trabajar o trabajó muy restringido durante un tiempo. Como que quedó en pausa. Eso nos retrasó porque teníamos reuniones para permisos agendadas, que se cancelaron o se pospusieron indefinidamente.

Hay una burocracia bien complicada para entrar en México. Además de que te revisan todo, como te decía, son estrictos al revisarte. Buscan mucho que se desarrolle la automatización para que no existan errores humanos. En los sistemas, cómo llega tu información a contabilidad, finanzas, etc.

Aunque finalmente, luego de medio año más o menos, se pudo volver a viajar y me fui a México. Cuando llegué éramos 4 personas en la oficina, y cuando me fui eran 60. Crecimos mucho en los dos años que me quedé allá.

Allá tenía a cargo TI y todo lo que era operaciones. Piensa igual que cuando me fui aún no partíamos, porque estábamos consiguiendo todos los permisos para poder trabajar, que los terminamos de conseguir en octubre del 2020 y empezamos a vender.

Y ahora estás en Brasil…

Exacto. Me pidieron que viniera a Brasil para ver proyectos acá. Pero aquí hay una limitante importante que antes no tenía: El idioma. Así que comencé a tomar clases de portugués el año pasado. Y al equipo de Brasil les pusieron clases de español. Y hablo portugués lo suficiente para que la gente me entienda. No hablo muy bien ni tengo el mejor acento, pero me doy a entender.

Opino que el portugués es más difícil que el inglés. Porque es tan parecido al español, que pienso que hablo en portugués, cuando en realidad estoy hablando en español. Son palabras casi iguales, artículos comunes, o la estructura que igual es común… eso me cuesta todavía un poco.

Y no solo en la oficina. Para contratar el internet de mi casa, para andar en la calle o para ir a comprar al supermercado. De hecho, creo que esto último es el mejor ejercicio cuando te vas a otro país. Ir a un supermercado y ver cómo llaman y organizan las cosas, junto a qué las ponen.

Te ayuda a notar y entender muy rápido las diferencias con tu cultura. Cómo les llaman, por ejemplo, a los lápices, a la fruta, a los útiles de aseo.

¿Dónde has tenido la mejor experiencia?

Lo pasé mejor en Perú. La gente me hizo sentir muy a gusto, yo venía saliendo por primera vez a hacerme cargo de un proyecto, y el equipo al que me incorporé estaba bien establecido, me apoyaron mucho en eso. Porque a donde tú vayas, la cultura es muy distinta. Y depende del lugar en que estés dentro de la empresa, que va a definir los cambios que te tocan percibir.

Yo, que, veo mucho los temas internos, desde Chile hasta México, pasando por Perú y Brasil, pienso que en las negociaciones, por ejemplo, en general, en Perú es más fácil llegar a acuerdos, mientras que en México son súper cuadrados y en Brasil, hasta ahora, noto que son más abiertos.

He escuchado que en las áreas comerciales, en Perú, son muy desconfiados de las plataformas tecnológicas. Todavía es más confiable lo echo a mano. En México entiendo que hay desconfianza, pero también está el deseo de modernizarse, aunque con muchas restricciones. Y aquí en Brasil están más abiertos a los cambios y a la diversidad.

Me tocó verlo igual en los proyectos. En México nos costó mucho innovar, porque también son muy resistentes a lo nuevo. Tienen mucho recelo.

Y aquí (Brasil) hay más innovación. Entonces hay nuevos productos que aprender, más cosas entretenidas que hacer es un desafío por ese lado. Aparte que es un país muy grande.

¿Qué te enseñó o cómo te hizo crecer estos últimos años trabajando en Sudamérica?

Empecé a hablar mejor. Descubrí que hay respaldos de grupos de chilenos viviendo afuera muy buenos en todos los países, y que es súper importante para cuando llegas. La marraqueta es muy codiciada por nuestros expatriados.

Creo que una cosa muy relevante y necesaria es tener disposición de aprender y solucionar las dificultades que te encuentres. A no deprimirse con los problemas. Porque problemas hay siempre y en todas partes. No se acaban. Pero si tienes una buena disposición a enfrentar eso, creo que te va a ayudar a que te vaya bien.

También aceptar que no tienes que caerle bien o gustarle a todos. Viajar te aclara lo diverso que somos los humanos y uno no siempre va a ser del gusto de todo el mundo. Entonces, mientras antes aceptes eso, mejor. Porque al final lo que cuenta es ser profesional en lo que haces, y ver que lo que se está haciendo afuera, todo se pueda mejorar si hace falta.

Y también aprendí la importancia de mis equipos. De potenciarlos y de confiar en ellos. Sacarles la personalidad. Porque así como yo era más hacia adentro, me tocó y me toca trabajar con gente que es más tímida. Que prefiere que yo haga las cosas. Y en los últimos años empecé a incentivar a que aprendan a hacer las cosas que les cuestan.

¿Quieres que vaya a hacerlo yo o quieres aprender a hacerlo tú? Les pregunto. “Porque yo puedo hacerlo, no tengo ningún problema, pero creo que deberías aprender. Y si te cuesta, te ayudo, pero inténtalo”.

Eso me costó al principio, porque estaba acostumbrada a hacerlo todo yo. Y cuando entendí que tenía gente a cargo, tuve que comenzar a sacar lo mejor de ellos, para que pudieran crecer y mi equipo rindiera mejor. Entonces, hoy por ejemplo, aunque ya no puedo ver las cosas tan detalladas, tengo una idea general de dónde surge el problema y la confianza para delegarlo a otros, porque sé con quienes trabajo y me preocupo de que puedan trabajar bien.

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