Entrevista a Antonio Sanhueza

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Antonio Sanhueza (51) es un ingeniero mecánico que desde joven tuvo pasión por usar su mente para hacer posibles las cosas que quería. Esto no solo lo llevó a ser un profesional de nuestra Escuela. También fue clave para enfrentar las secuelas del accidente que cambió su vida.

Por Felipe Jure

Antonio. Cuando nos conocimos, no sé si recuerdas que estábamos junto a un grupo de ingenieros de la UC, y que yo les pregunté sobre el origen de la ingeniería…

Sí, lo recuerdo. Yo comenté que el origen de la palabra tiene significados algo distintos, pues en inglés, engineering, viene de engine o motor. Tiene que ver con las máquinas. Y en español, ingeniería viene de ingenio. Tiene que ver con inventar o crear.

¿Y cuál de las dos te llevó a elegir ingeniería?

Bueno, un poco de ambas.

Yo creo que mi relación con la Ingeniería parte primero en la infancia. Para mí, como niño pequeño, el ver que habían mandado personas a la luna hacía pocos años, me inspiraba para ser astronauta. Y para entrar a la NASA tenías que ser científico o ingeniero.

Y la otra fuente de inspiración fue que yo era fanático de los libros. Siempre me ha gustado leer. Y teníamos competencias entre compañeros del colegio (Luis Campino) que éramos fanáticos de la biblioteca, para ver qué descubría cada uno y quién se lo leía más rápido.

Así descubrí obras como Huckleberry Finn, Sandokan, o 20.000 Leguas de Viaje Submarino. Pero la que más me definió fue otra obra de Julio Verne, la Isla Misteriosa. Una historia sobre un grupo de estadounidenses en plena guerra de secesión que huyen en globo de una ciudad sitiada, y por efectos de un huracán terminan en una isla desconocida. Y uno de ellos es ingeniero, que construye de todo con lo poco que les quedó. Hace un refugio, con los minerales del lugar hace explosivos, construye un molino de agua con que genera energía… Eso me maravilló. Lo habré leído a los 10, 11 años y encontré fascinante que, de la nada, pudiera generar todo lo que necesitaba para vivir y mucho más.

Que un grupo de personas que se podrían haber muerto, sobrevive por el ingenio y la capacidad de uno de sus miembros me pareció algo espectacular.

¿De dónde crees que nace el ingenio?

Mira, esa pregunta la han analizado muchas veces en la historia. ¿Qué hace que una persona sea ingeniosa? En realidad no es tan complejo. Es que tenga un problema que resolver, pero no una solución. Cuando tú tienes un problema, una necesidad, pero no tienes una forma de resolverlo a) abandonas, b) la inventas.

Yo creo que es algo tan antiguo como nuestra especie. Cuando comenzamos a caminar solo sobre nuestras piernas, y ya que no teníamos fuerza bruta, debimos empezar a coordinarnos entre nosotros, y usar el ingenio y la tecnología para sobrevivir.

Algo importante para ti es el Scoutismo. ¿Cómo llegaste a ser scout?

Hubo un momento en la época del colegio que, por mi forma de ser retraída en aquella época, me hicieron bullying. Yo leía mucho, no me interesaban los deportes y era bastante propenso a irme para adentro.

Y cuando entré a Scout, cuando tenía como 12 años, encontré donde pertenecer. Recuerdo que nos daban puntos por hacer cosas. Por armar una mesa, o crear un atril para secar la ropa. Entonces me recompensaban de pronto por hacer lo que más me gustaba, que era mirar a mi alrededor y pensar qué puedo crear para hacer mi vida mejor. Ya con los años descubrí que tenía habilidades matemáticas. Y comencé a desarrollarlas más.

He tenido una historia larga e intermitente con el mundo scout. Yo no siempre he formado parte de él, pero lo que scout me enseñó si es parte de mí.

¿Cómo fue el ingreso a la Universidad?

Para entrar a la Universidad, me salí de scout un tiempo, me concentré en dar una buena prueba y de hecho en la de Aptitud Matemática, me equivoqué en una pregunta, y omití otra, por lo que saqué 804 puntos, entrando dentro del primer tercio en la carrera.

Y es gracioso porque adentro todo cambió. Si en el colegio me iba bien sin tener que estudiar tanto, en la universidad me pasó que ni buscándolo me iba como yo esperaba. Si en el colegio yo era de los mejores, en la universidad era uno más. Los primeros dos años me costó mucho y tuve que cambiar mi forma de estudiar y de prepararme para los exámenes.

Así estuve los primeros años, y al elegir especialidad en cuarto conocí un grupo de compañeros de la generación siguiente, que eran los mateos. Y me incorporaron, comenzamos a estudiar y me fue espectacular en ese semestre.

Para la especialidad, estaba entre eléctrica, mecánica e informática. Y para decidir me pregunté ¿Qué me sirve más para inventar? Y elegí mecánica. La verdad en mi vida laboral, de mecánica, he usado poco o nada. Pero en otros ámbitos, domésticos o recreativos, sí he aprovechado lo que aprendí.

Luego conocí a Paula, entonces mi polola y hoy mi señora. Además, volvimos juntos scout y seguí con esas tres motivaciones, el pololeo, scoutear y los estudios.

Primeros años laborales

Al final de la carrera ya estaba cansadísimo y solo quería salir a trabajar. Estaba haciendo mi memoria de título en diseñar y simular un brazo robot robótico robot que insertaba botones en como brocas de minería, pero me metí a trabajar en una empresa de maquinarias, pero llegó la crisis asiática y me echaron. Me vi en una situación en que no me había titulado y estaba cesante, por lo que me dediqué arduamente a terminarla: la entregué días antes de casarme y titularme en enero del 99. Medio año después trabajé en una consultora, unos meses, hasta que me llegó una oportunidad de entrar a trabajar al Mercurio, en el área de implementación de sistemas Informáticos para producción del diario y sistemas para los periodistas.

Primero hicimos un programa de soporte para que los fotógrafos pudieran agendar sus salidas, visualizarlas y coordinarlas de forma conectada entre ellos. Entonces me tocó unas semanas andar con ellos, captando su día a día. Desde andar metido en un incendio, hasta cubrir al, entonces, recién electo presidente Lagos, o fotografiar una casa para la revista Vivienda y Decoración. Muy distinto a calcular con seis decimales un resultado…

Luego de eso, me pidieron que terminara la implementación de un sistema para diagramar los avisos dentro del diario. Y fue un desafío tremendo porque, por un lado, teníamos variables de diseño (espacio, color, texto, imagen), de contenido (como cuando tienes competidores que no pueden ir juntos), y comerciales, porque había clientes que tenían preferencia en algunas cosas por contratos firmados. Entonces nos tomó mucho tiempo en depurar el sistema, pues adicionalmente la empresa de software contratada, que aunque consistía en un par de informáticos bien talentosos, la verdad es que eran bastante mañosos y fue muy complicado conseguir que siguieran nuestros requerimientos.

Estuve trabajando en el desarrollo y la implementación de eso unos dos años y durante ese tiempo, me surgió la inquietud de hacer estudiar afuera un MBA. Fui a conversar con el jefe de mi jefe (Gerente de Producción de aquella época) para que me aconsejara, resultando que al ver que me podría perder, me hizo el ofrecimiento que no me fuera, lo hiciera en la Católica, dándome facilidades para salir temprano y pagándome la empresa por completo el MBA. Así que lo hice en la Universidad, trabajando en El Mercurio, en un nuevo proyecto para implementar SAP.

Ese tiempo fue uno de los más intensos en cuanto a rendimiento. Porque trabajaba un montón, además estudiaba y necesitaba mantener y cuidar mi vida familiar. Y para lidiar con ese ritmo y contener el estrés, comencé a trotar en un circuito detrás del gimnasio del Mercurio, y le tomé el gusto al deporte. Fue el inicio de correr largas distancias.

Y luego de estar algo más de cinco años con el proyecto de SAP, comencé a tener la inquietud de buscar algo más. De repente, llegó un ofrecimiento de un ex jefe que estaba trabajando en el Servicio Nacional de Aduanas, le mandé mi curriculum, pasó un tiempo, y me llamaron para un proyecto de Ventanilla Única con el Ministerio de Hacienda y el Banco del Desarrollo: SICEX

Ahí me tocó coordinar para la Aduana la implementación de procesos, para solicitar todos los permisos y antecedentes requeridos por los servicios públicos para importar o exportar algo al país, y adaptar el sistema web para que se pudieran hacer el trámite digital. Estuve trabajando en ese proyecto dos años, hasta que llegó el cambio de gobierno y por ende, de administración en Aduanas: me pidieron el cargo y me cambiaron al área de estudios, en Valparaíso, donde estuve trabajando hasta mi accidente.

Sobre tu accidente, ¿Qué significó en tu vida?

A ver. Siempre digo que en realidad me rompí un puro huesito [Ríe]

Yo me accidenté el 2017, con 46 años. Lesión medular parcial en la quinta cervical. Ese fue mi diagnóstico:tetraplejia.

[Al terminar la frase, coge una botella de agua, la abre con un poco de ayuda y la bebe sosteniéndola con sus propias manos]

¿Cómo pasó?

Todo comenzó con un temporal. De esos que ya casi no se ven. Fue un viernes del mes de junio de 2017 en que quedó la escoba. Recuerdo esa mañana un diluvio de agua en Valparaíso, donde trabajaba.

Y es importante que fuera un viernes, porque durante la semana me quedaba en un departamento que habíamos comprado en Viña. Pero como ese día era un viernes, yo estaba viajando de vuelta a la capital. Más o menos a las 18:00 estaba entrando a la carretera para volver a mi casa en Santiago.

El camino estaba mojado, pero ya no llovía. A lo más, chispeaba. Pasé el primer túnel, llegué al Valle de Casa Blanca, hablando por teléfono, vía manos libres con mi señora, Ella me pidió que la pasara a buscar al Apumanque, porque estaba lloviendo muy fuerte en Santiago. Yo le dije que sí, que me esperara.

Quizá por eso mismo quería llegar rápido, sí, pero no iba a 120 km/h. Creo que iba a 100.

Ingresé al segundo túnel, y al salir me encontré un diluvio. Puse el limpia parabrisas, pero no veía nada. Presioné el freno, pero el auto no me obedeció y empezó a derrapar hacia los lados. Se me aceleró el corazón y se me debe haber disparado la adrenalina, porque acto seguido tengo la imagen de intentar controlar el auto y desde ahí ya no recuerdo más.

Según los testigos, estuve patinando cerca de un kilómetro hasta que el auto golpeó la berma, voló y aterrizó en el techo, dado vuelta. El golpe fue seco, me comprimió y me rompió la vértebra en tres partes. Uno de los pedazos me estranguló la médula. Un poco como golpear dos hielos y trizarlos. Yo recuerdo que solo sentí un dolor, que fue como si me hubieran clavado un cuchillo en la parte de atrás del cuello, hacia la derecha.

De ahí hay como un espacio en negro que debe haber durado unos minutos. Recuerdo tomar conciencia de estar colgando de cabeza y sentir que los brazos se me durmieron.

En scout nos enseñaban a enfrentar las adversidades con optimismo. Y a mirarlas de forma práctica. Analizar la situación, reconocer y proceder. Así que fui hablándome y descartando cosas. Primero, me di cuenta de que estaba vivo y que podía respirar sin dificultad. Traté de mantenerme calmado, pensando que no había daño inminente en órganos vitales. Luego me di cuenta de que no me podía mover, pero me contuve, deduciendo que debía estar atrapado por el auto y que no sacaría nada con desesperarme. Me concentré en percibir mi situación-

Recuerdo que el motor se había parado. Los vidrios estaban rotos. Solo escuchaba la lluvia y me caían gotas en la cara. No sé cuánto tiempo estuve ahí. Sonó el teléfono alguna vez y yo pensé «ah, debe ser la Paula». Pasó otro rato y llegaron los carabineros, entrando uno a la cabina a hablar conmigo. Sonó justo el teléfono y le pedí que lo buscara. Era mi esposa. Le pedí que contestara. Él le dijo “Hola, soy el teniente tanto…” y ella creyó que era una estafa, hasta que me pone el teléfono a mí, todavía colgando, y le dije que había tenido un accidente, pero que estaba bien. Que estuviera tranquila, pues me llevarían al Hospital en Santiago. Yo obviamente no sabía lo grave de mi lesión. Me tocaban cualquier parte del cuerpo que no fuera la cabeza, y yo no sentía ni movía nada.

Luego llegaron bomberos y la ambulancia, me sacaron, me pusieron un collar cervical que fue maravilloso porque me sentí por fin afirmado, y por fin pude descansar. Me llevaron a la posta del San Juan de Dios, pero la urgencia estaba inundada por la lluvia. Y un amigo de nosotros se dio cuenta de que el accidente había ocurrido durante el trayecto a mi domicilio, activaron el protocolo de accidentes del trabajo y me llevaron a la Mutual de Seguridad, donde me operaron de inmediato.

¿Cuánto tiempo tomó tu recuperación?

Mira, yo personalmente te diría que, hasta hoy, sigo recuperándome. Sigo avanzando.

Al principio, luego de la operación en la vértebra fracturada, uno de los kinesiólogos me dijo “ahora tiene 6 meses para recuperarse todo lo que pueda. Después de esos seis meses, quedará como haya logrado mejorarse, así que póngale empeño”. Y yo entonces entendí que tenía que dar todo lo que pudiera de mí para recuperarme, porque si pasaban los seis meses y yo no daba todo de mí,  me iba a sentir culpable el resto de mi vida por perder esa oportunidad.

Me decían que lo esperable era que quedara tetrapléjico, sin poder mover más que el cuello. Sin embargo, empezaron a aparecer signos alentadores: recuperé la sensibilidad de toque en todo el cuerpo. Me di cuenta en la camilla, luego de despertar del coma inducido luego de la operación, pues Paula me estaba haciendo cariño en el pie y yo le pedí que me dejara de hacer cosquillas. Luego de eso, tocarme el pie se volvió casi un rito en Cuidados Intensivos, porque no creían que yo pudiera sentir. No se suponía que lo hiciera.

Después, cuando los kinesiólogos me hacían terapias de movilización, me comenzaron a tiritar músculos de la zona superior y luego comencé a activarlos conscientemente, y finalmente a moverlos con harta dificultad. Y los kinesiólogos empezaron a hacerme pebre. A despertar mi cuerpo. Y eran músculos que estaban bajo el nivel de la lesión, y que en teoría no podía mover. Lo que quedó claro es que la lesión en la médula no fue un corte completo, sino que tenía fibras aún conectadas Eso lo ví como una oportunidad.

Formalmente, mi pronóstico clínico a los tres meses era lesión medular incompleta, con paraplejia y algo de activación superior: significaba que tal vez iba a mover los codos y con suerte, un poco las muñecas. Me bajoneé como dos días, hasta que empecé a preguntarme ¿Qué saben los médicos sobre el futuro? ¿Qué saben ellos de mi destino o de lo que puedo llegar a lograr si me esforzaba? Los mandé mentalmente a la punta del cerro, porque descubrí que al trabajar un músculo, se sentía dolor al comienzo. Pero si persistía, ese primer dolor se superaba, y podía llegar más lejos, porque los límites se mueven cuando los empujan. Yo les pedía que me hicieran más kinesiterapia. Quedaba destruido, pero seguía todo lo que podía.

Y la ventana de seis meses no fueron nada seis meses. Porque no me detuve, sino que seguí y sigo hoy, 5 años después. Todavía voy avanzando, descubriendo nuevos límites y empujándolos. Hoy puedo mover hasta los dedos. Con el tiempo me han aparecido más componentes de sensibilidad en las piernas. Un poco de dolor y de temperatura. Incluso puedo mover algunos músculos de las piernas. Aún no puedo decir donde llegaré, es trabajo en progreso…

El deporte y tu recuperación

De niño nunca fui bueno para los deportes: me cansaba rápido y traspiraba mucho. Sí, participaba de actividades con Scout y era activo, pero no me dediqué a entrenar ni a ejercitarme.

Pero cuando empecé a trabajar, tenía tantas cosas que hacer y tanto estrés, que comencé a correr para liberar un poco de eso. Y con el tiempo me fui acercando a las maratones, a mediados de mis treinta. Tres kilómetros, luego 5, por fin 10K en la Maratón de Santiago. Esa primera llegada a la meta la recuerdo por sentir que estaba eufórico y que podía seguir corriendo para siempre.

Para el 2017, ya había corrido 21K un par de veces. Meses antes de accidente, en abril, había corrido, en la maratón de Santiago, bajando mi tiempo a menos de dos horas. Ya estaba entrenando para correr la maratón completa el 2018. En el fondo, estaba en buen estado físico.

Y eso me ayudó mucho, tuve una recuperación rápida, y porque me sirvió para enfrentar la rehabilitación como tomaba el entrenar para correr.

Porque cuando entrenaba yo primero buscaba encontrar mis límites. Cuánto puedo correr. Cuánto es el tiempo que me demoro, si voy a mi máximo. De qué soy capaz. Y luego, comenzaba a estirar esos límites. Bajar el tiempo, aumentar la distancia.

Con la recuperación hice un poco eso. Primero ver mis límites. Qué puedo mover. Cuánto esfuerzo me toma. Y luego comenzar a trabajar para estirar esos límites. Pedir más sesiones de kinesiología, intentar mover partes que me costaban mucho.

Pasó durante mi segundo mes hospitalizado, logrando hacer cosas que se suponía que no iba a poder hacer, en que recordé mi vieja meta de la maratón de Santiago 2018. Y me propuse el estar en esa carrera. No sabía cómo lo iba a hacer. Si iba a correr, rodar, a volar o qué sé yo. Pero sabía que iba a estar. Así que pensé que si podía mover mis hombros, tenía que llegar a mover los bíceps. Y de ahí las muñecas. Y de ahí mis dedos. Ese fue mi camino y tenía que ir acortando las distancias. Con metas cortas se puede avanzar mucho.

Y corrí 10K en esa maratón, con una bicicleta adaptada que facilita WheelTheWorld, un emprendimiento social que hizo otro ingeniero, también de la Escuela y que es súper inspirador para mí. Luego seguí entrenando y en octubre volví a correr la misma distancia, pero esta vez pedaleando yo solo, y no en tándem con un amigo como en la primera.

¿En qué estás laboralmente hoy?

Me ofrecieron ser encargado de gestión en el área de fiscalización y estoy trabajando en eso desde junio de este año.

El segundo año de la pandemia me animé y me puse a investigar algo que cuando estaba saliendo de la carrera me llamaba la atención: Inteligencia artificial. Me inscribí en un diplomado sobre Inteligencia Artificial que daba la Católica, lo terminé y estoy planteando un proyecto para aplicar algunas de las cosas que aprendí, en Aduanas. Eso también es un trabajo en progreso…

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