Óscar Flores

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La imagen de un ingeniero que recorre un país en guerra, en barco, no es la más tradicional. Tampoco lo es que participe en la recopilación de antecedentes para juicios como perito. Pero Óscar no es un ingeniero tradicional. El primer ingeniero ambiental de nuestra escuela ha buscado unir su espíritu aventurero con el rigor técnico y científico de nuestra profesión. Por Felipe Jure

Óscar, ¿De dónde eres?

Nací el 5 de junio en Chillán, día internacional del medio ambiente. Si eso fue un presagio o coincidencia, no lo sé.

Crecí junto a mis padres, primero en Chillán y luego en Los Andes. Ambos tenían una relación con entornos naturales.

Mi mamá, que en paz descanse, nació en el campo y era profesora de biología. Me enseñó a entender y respetar nuestros ecosistemas porque eran “sistemas biológicos constituidos por organismos vivos y el medio físico donde se relacionan”.

Y mi papá, que era profesor de castellano, se crió en un sector lacustre, a orillas del lago Llanquihue en Puerto Octay. Con impresionantes vistas al Volcán Osorno y Calbuco.

¿Cómo empieza esta relación con el medio ambiente y la naturaleza?

Recuerdo que desde muy chiquitito íbamos a acampar cerca de lagos, como el Lanalhue, el Villarrica o el Todos los Santos, o en otros Parques Nacionales. Allí tuve esa experiencia de dormirme «sin un techo», con el murmullo de un lago, el sonido de los pájaros y el movimiento de los árboles, como una orquesta en armonía.

Desde entonces ya me llamaba la atención todo eso. Como niño, me parecía bonito.

Ya en la Universidad, mientras estudiaba Ingeniería Civil Hidráulica, hacía clases particulares de matemáticas. Con el dinero que ganaba fui viajando por Chile, como el Parque Nacional Torres del Paine y por Bolivia y Perú. Pero la aventura más larga fue dando una vuelta por Sudamérica, teniendo como motivación conocer y navegar por el río Amazonas desde Perú hacia Brasil, para recorrer luego su costa atlántica.

 

Con un amigo de la escuela de Ingeniería (Paul Davis) en el verano de 1995 partimos en bus por el norte de Chile hasta Arica, para luego viajar en 2 aviones low cost dentro de Perú, hasta llegar rumbo noreste a Iquitos, al centro de la Amazonia peruana.

Fue muy bonito y también muy complejo. Primero porque Iquitos era (y creo que sigue siendo) una ciudad sin conexión vial terrestre con el resto del Perú. Y el principal medio de transporte eran puras motos de un lado a otro. En la ciudad suena constantemente un murmullo como de grillos mecánicos. Además, es un clima muy caluroso al que en Chile no estamos acostumbrados.

Sumándole a todo eso, cuando fuimos había una guerra entre Perú y Ecuador, por lo que el ambiente estaba tenso. De hecho nos pasó que nos confundieron en algún momento con que éramos espías. Casi nos tomaron detenidos, con esposas y todo. Afortunadamente se aclaró el mal entendido, y ahora es una anécdota cómica.

Recuerdo que viajamos por el río en una canoa natural, construida de un tronco ahuecado de unos dos metros. En el cielo brillaba la luna y a lo lejos se veía el resplandor de la ciudad. Mientras yo sentía el sonido del agua y su humedad sobre mis mejillas.

Así pudimos vivir cosas fascinantes e inesperadas al igual que luego viajando en hamaca en varios barcos. Como cuando una piraña me mordió al intentar pescar en un arroyo cerca de Manaus junto a otros turistas. [ríe]

 

¿Por qué Ingeniería?

Nos preguntamos mucho eso cuando ingresamos como novatos, sobre todo durante los primeros días de la carrera. ¿Por qué entraste? Muchas veces decía «Porque me iba bien en matemáticas». Y en parte es verdad, más allá de que sea la respuesta más cliché.

Pero más que eso, creo que mi razón va por el lado del nombre de la profesión. La Ingeniería viene del ingenio y de cómo darle solución a ciertas cosas, sin que exista un método establecido ya. Por ejemplo los viajes. Cuando uno viaja va improvisando. Una bitácora o un plan nunca alcanza a cubrir todo. Ocurren muchos imponderables y allí es donde la creatividad permite salir adelante de buena manera.

Tener claridad de los objetivos y de ciertos principios, pero abierto a descubrir métodos innovadores.
Tiene mucho de desafío:

¿Cómo recuerda los años en la Escuela?

En el caso de ingeniería había un lugar bien icónico para los que somos más antiguos. El Burger. Se llamaba así porque tenía unas sillas tapizadas en cuero, muy similar a los de la cadena Burger King, que en esa época estaban instalando la franquicia en Chile. Ese era mi sitio más querido, quizá, dentro del campus San Joaquín junto a la Biblioteca Central y el sector de las canchas de fútbol donde practicaba jogging cuando se podía.

También recuerdo a mis compañeros. Varios no éramos de Santiago, y dentro de la Universidad nos fuimos encontrando como un clan, junto a otros amigos santiaguinos también que nos acogieron. Hacíamos equipos de fútbol y nos apoyábamos entre todos.

Eso me fue generando un sentido de pertenencia, como a una segunda casa. Incluso amistades que perduran hasta hoy, como con José Miguel Bustamante, o Ludmila Carrasco.

Por eso, cuando salí de la Universidad sentí como una sensación de pérdida, porque percibía que estaba dejando un ambiente tan protegido, donde incluso había creado lazos afectivos, y dejarlo atrás para entrar al mundo real era difícil.

Usted salió como primer titulado de una carrera nueva. ¿Cómo fue la experiencia?

Claro. Por ejemplo, cuando uno daba el examen de título, por ejemplo, estaban los exámenes anteriores que le servían de referencia. Pero como yo era el primer ingeniero civil con Diploma en Ingeniería Ambiental de la Universidad Católica, no había ninguna referencia. Ni siquiera tenía otros compañeros de carrera con los que poder estudiar.

¿Por qué eligió la especialidad de medio ambiente?

Por varias razones. La primera quizá tiene que ver con lo que te contaba al principio. Este deseo de aventura y de explorar, me llamaba más que quedarme en la comodidad de lo que ya conocía. Para mí era muy claro que se estaba abriendo una oportunidad nueva y quise tomarla.

Y lo decidí sin considerar la posibilidad de ejercerlo. Pero buscando estudiar lo que me llamaba y me interesaba.

¿Cómo era el campo laboral?

Laboralmente no había nada, o muy poco. Estaba en pañales todo lo relacionado con la ingeniería ambiental. Pese a eso, encontré trabajo en una empresa consultora de la gran minería del cobre, donde participaba en proyectos del área hidráulica, relacionados con transporte de agua cruda y de relaves, y también con desalación.

A comienzos del año 2000, comenzamos a explorar nuevos proyectos sanitarios como el transporte y tratamiento de las aguas servidas. Eso hoy quizá suena distante, pero en esa época el de cobertura, según recuerdo, era menos del 10% frente a un más de 90% en agua potable y alcantarillado. Las aguas que llevaban nuestros desechos se descargaban tal cual en los ríos y/o en los emisores submarinos de la costa. No había ningún tratamiento de aguas servidas.

Y el Estado comenzó a abrir espacios de inversión en las empresas sanitarias y a fortalecer el rol de los organismos reguladores como la Superintendencia de Servicios Sanitarios (SISS). Ingresé allí y me fui a la oficina regional de Puerto Montt. Me tocaba revisar y fiscalizar proyectos hidráulicos, de tratamiento de agua potable y de aguas servidas, los residuos industriales líquidos (RILes). En mi caso principalmente fueron las salmoneras.

Allí estuve casi un año, y luego volví a Santiago, a formar parte de un equipo nacional que iba a ver sólo el tema de RILes. Además comenzamos a difundir información relacionada para crear conciencia sobre el tema. El contexto era que como país estábamos ingresando a la OCDE, y entre los diferentes estándares que teníamos que cumplir, estaba el tratamiento de las aguas servidas y de los RILes.

En esa época yo sentí la inquietud de profundizar en el medio ambiente desde la academia. Comencé a buscar instancias de desarrollo y encontré un diplomado interesante. Así que postulé y gané una beca internacional para un diplomado en gestión ambiental de la Technische Universitat de Dresden, en Alemania.

Mi programa era con estudiantes de varios países del mundo, apoyado por las Naciones Unidas, el Ministerio de Medio Ambiente Alemán y la Universidad. Cada uno contaba sus experiencias, estudiábamos conceptos y analizábamos casos de estudio, para luego discutir aplicaciones en los países de cada uno.

¿Qué herramientas o conocimientos trajiste al volver?

Cuando volví, a fines del 2004, tenía la voluntad de mirar los problemas con una perspectiva más amplia.

Recuerdo, por ejemplo, una situación en Calama, donde los vecinos comenzaron a reportar unos olores molestos en el ambiente. Nadie entendía la razón y lo más lógico era pensar que la fuente venía de la planta de tratamiento de aguas servidas.

Se me ocurrió que podía ser debido a la presencia de ácido sulfhídrico (H2S) que es muy peligroso y posee este hedor característico. Y al observar el alcantarillado, descubrimos que debido a condiciones de baja pendiente, tipo de tubo, y de elementos bioquímicos, se estaba generando este compuesto gaseoso muy oloroso y, que en teoría no se habría considerado porque no podía venir en los flujos de aguas servidas, pero se generaba al interior de algunos tramos de redes de alcantarillado.

Eso, por ejemplo, fue una prueba para mí, de que sí había sido la decisión correcta el aprender y profundizar más en el área, porque ni a la empresa sanitaria ni a otros agentes habían planteado esa hipótesis. Y más que todo eso, fue la constatación de un aporte concreto que podía entregar a Chile

¿Cómo pasó de trabajar en eso a ser perito hidráulico medioambiental?

El año 2012 conocí unos peritos que me introdujeron al mundo del peritaje. Antes de eso no conocía del mundo de los peritos, y ellos me explicaron cómo funciona, cómo se postula y otros detalles. Me interesó, me gustó, postulé y hoy soy perito habilitado en especialidades de ingeniería civil, hidráulica y ambiental por la Corte Suprema. Respecto de causas civiles para las distintas Cortes de Apelaciones de Chile,

Para hacerlo, junto con el background técnico, me preparé en el ámbito jurídico, tomando un curso orientado al peritaje que daba la Facultad de Derecho de la Universidad Católica. Allí aprendí cosas relacionadas con la disciplina del derecho. Y allí, de nuevo, vuelvo a este lema que me marcó desde mi ingreso a la Universidad «ser incansables buscadores de la verdad».

Porque lo que hago es contribuir a la investigación de una causa en los puntos de prueba asignados, entregando un informe pericial documentado que aporten un análisis de ingeniería acucioso y fundado de la investigación a aspectos objetivos de la prueba y con un lenguaje técnico simple, para que el juez logre establecer su juicio al respecto de la causa.

Pasando un poco a esos temas, partamos con un concepto. ¿Qué es la huella del agua?

Es una metodología similar a la huella del carbono, que nos permite medir causa/origen cuánta agua se requiere para un uso directo o indirecto. Lo más visible o más simple es cuánta agua consumo diariamente, en términos del uso directo.

Por ejemplo, el consumo directo se mide por litros/habitante-día. Y cuando uno está desarrollando un proyecto, por ejemplo inmobiliario, se establece una dotación con base en eso. Por ejemplo 200 lts/hab-día Es decir, cuánta agua va a consumir cada habitante, diariamente.

Algunos estándares plantean que el mínimo debería ser de 100 litros por habitante al día.
Esto en casos generales. Y actualmente, si no me equivoco, el país está en el orden de los 150-200 litros por persona al día en los sectores urbanos atendidos por empresas sanitarias.

Y lo que pretende la huella del agua es diagnosticar nuestro consumo integral por recursos hídricos y, dado el contexto de los efectos del cambio climático en términos hídricos, poder disminuir el consumo directo de agua.

¿Qué herramientas tenemos para conocerla?

La cuenta del agua, por ejemplo, para este caso simple. Fijándonos en los metros cúbicos consumidos. Al poder determinar cuánto consumimos en promedio en un día en un mes determinado (volumen total consumido en m3 dividido por el número de personas en un hogar y por 30 días), tenemos un indicador simple de base, que nos sirve mes a mes para comenzar a medir y disminuir.

¿Y en los casos de los recintos distintos de nuestra vivienda, en que también consumimos agua, o de las cosas que consumimos?

Claro, ahí hay dos cosas. Una es un consumo directo que a priori sería complejo registrar en detalle; y segundo, un consumo indirecto que es el que surge del agua utilizada para producir cosas que consumimos, como alimentos, ropa, materiales, etc.

Aquí surge una arista nueva a considerar. Actualmente, nuestra sociedad está globalizada en muchos niveles. El comercio es un ejemplo muy claro. Muchos de los bienes que consumimos no son producidos en Chile, sino que en otras zonas del mundo. Incluso, algunos de esos bienes no podrían ser producidos en Chile como el algodón para la ropa o alimentos como la carne. Al menos no al nivel para satisfacer nuestra demanda por estos.

Y cuando estamos consumiendo estos productos, tenemos que ser conscientes de que conllevan también un consumo de agua que no nos afecta directamente, pero que es percibido en los lugares en que se produce.

Explicado de otra manera. Nosotros, entre los diferentes bienes que exportamos, encontramos la fruta. Y esa fruta que se vende en todo el mundo, se produce con el agua que tenemos aquí. Pero la persona que finalmente compra y consume esta fruta, en alguna parte del mundo, no necesariamente conoce la situación nuestra con respecto al agua. Que tenemos sequía y que, por ende, el agua dulce se hace cada vez más escasa.

Esa distancia y ese desconocimiento es algo que la huella del agua nos puede ayudar a sortear. Porque una vez que soy capaz de entender el agua que se necesita para poder comerme una fruta que se cosechó en otro país, puedo tomar decisiones responsables sobre ese consumo, sin tener que optar por eliminarlo completamente, por ejemplo.

En lo que se refiere a eso, es una realidad conocida que en Chile tenemos una sequía que afecta a varias zonas del país. Uno puede ver en la prensa noticias sobre racionamiento, algunas desde hace varios años ya. Y pese a eso, no vemos aún que en la mayoría de las ciudades y grandes centros urbanos existan medidas de racionamiento o de escasez. Uno abre la llave y en general, sale agua.

¿Si cada vez llueve menos, como se logra mantener la disponibilidad de agua? Pese a la crisis, ¿tenemos todavía la disponibilidad de agua para satisfacer la demanda urbana?

Bueno, esa respuesta tiene diferentes variables y por eso es compleja de poder explicar, pues se requiere información desagregada en cada lugar específico dentro de una cuenca hidrográfica determinada para establecer balances oferta-demanda para los recursos hídricos que se requieran para consumo.

Una situación que puede acentuar esa crisis ante una menor oferta de agua por diferentes razones es el comportamiento de la demanda en términos de la capacidad de adaptación que hemos tenido las personas, ante esta sequía.

Pasa mucho que algunas personas (incluido uno tal vez) se han quedado todavía en hábitos de consumo del siglo XX, y no han disminuido ese consumo de forma armónica a los menores ritmos de oferta hídrica. O lo han disminuido marginalmente, en términos de mitigación.

Mirando el caso de la naturaleza, un árbol que por ejemplo estaba acostumbrado a una determinada pluviometría para su riego, al ir disminuyendo esta, se adapta para poder sobrevivir con menos agua. El tema es que hay un límite en cuánto puede llegar a adaptarse, antes de que no pueda más y muera.

En el caso de algunas personas, pasa que no siempre se observa una disminución que sugiera un cambio en los hábitos de consumo.

Y eso puede ser por hábitos de consumo doméstico o privado. Una persona común podría pensar en las grandes empresas, porque tal vez requieran grandes montos de metros cúbicos para sus procesos, pero también hay que considerar a otras actividades más domésticas que utilizan volúmenes de agua considerables como el lavado de auto, por ejemplo.

Ahí no se observa una disminución del consumo, proporcional al nivel de la escasez que hay hoy, cuando uno puede ver que una persona en la calle frente a su casa sigue con manguera lavando su vehículo, mojando las veredas. Es una invitación a cambiar esos hábitos

También está el uso de agua dulce subterránea. Las napas, como se les conoce popularmente. Ante una disminución en el volumen de aguas lluvias que impacta en menores caudales de nuestros ríos, lo lógico sería aumentar el consumo de aguas subterráneas. Claro que esas aguas tampoco son ilimitadas. Hay que tener eso en consideración porque si se consumen a un ritmo mayor del que se renuevan esas aguas subterráneas, se van a secar.

¿Qué es la pérdida de agua?

Cuando tú captas agua, desde el agua cruda del río, por ejemplo, se toma, se potabiliza y luego está apta para que uno la pueda consumir como agua potable. Y en ese proceso hay algo que se conoce como pérdida de conducción. ¿Qué significa esto? La sanitaria potabiliza un 100% agua. Y si sumamos todo lo que los consumidores facturan, no corresponde a ese 100%.

En el trayecto desde la planta potabilizadora se pierde, en las matrices distribuidoras. Y esa agua no se factura, pero en el proceso de tarifa, se maneja un porcentaje de pérdida.

En Chile esa agua no facturada es del 33% según el Informe Sanitario de la SISS del 2021 Un 33% de todo lo que se produce para consumo potable, se pierde. Pienso y entendería que se han estado haciendo gestiones para disminuir ese valor, como por ejemplo en los estudios tarifarios y en la empresa modelo utilizada.

Pero entonces el desafío es disminuir esa pérdida, que por diversas razones va a existir, para que el mayor porcentaje de agua cruda potabilizada llegue al cliente final.

Si cada vez llueve menos, el ritmo de disponibilidad de aguas superficiales es menor, así como la recarga del recurso hídrico en las aguas subterráneas que disminuye también. Y por esto, es razonable plantear que el ritmo de consumo también sea menor.
De lo contrario, el consumo deja de ser sustentable y amenaza con acabar el recurso, o generar una escasez tal que no se pueda suplir la demanda, ni siquiera de forma parcial.